viernes, 3 de diciembre de 2010

Radicales en la encrucijada (Por Luis Gregorcich*)

3/12/10 - Diario La Nación

Atrapado en el fulminante cambio de roles y la descolocación del discurso público que siguieron a la repentina muerte de Néstor Kirchner, el más antiguo partido político argentino, la Unión Cívica Radical, se debate entre un agotador internismo y la necesidad de contar con candidatos creíbles para las elecciones presidenciales de 2011. Ambas expresiones se contraponen y a la vez dependen la una de la otra.

El radicalismo ha ejercido, intermitentemente, papeles protagónicos en el último siglo (y un poco más) de historia argentina. Fundado en 1892 por Leandro Alem, una vez desmembrada la Unión Cívica, tuvo entre sus primeros sostenedores a un conglomerado de criollos viejos, núcleos de pequeños dirigentes del interior que habían apoyado al rosismo, y los integrantes menos afortunados de la elite liberal que gobernaba el país. Cuando Alem se suicidó, asumió la conducción del partido su sobrino, Hipólito Yrigoyen, que propugnaba una línea diferente para la agrupación.

Mientras Alem ponía como eje de la acción del nuevo partido el ethos , la ética, la moralidad de las conductas, Yrigoyen, lector y comentador del krausismo -versión atemperada del idealismo alemán-, fue sin embargo un jefe partidario más práctico que su tío, al elegir como estandarte de lucha la corrupción del régimen y el fraude electoral. Con ello implantó el partido en todas las provincias -lo que ocurría por primera vez- y extendió su base electoral a nuevos conglomerados de clase media, en su mayoría hijos de inmigrantes.

Lo demás es consabido. Gracias a la ley Sáenz Peña de sufragio (masculino) universal, Yrigoyen fue elegido presidente para el período 1916-22. Mantuvo la neutralidad en la Primera Guerra Mundial, defendió los recursos naturales del país (entre ellos, el petróleo) y consiguió cierto equilibrio político, aunque reprimió duramente reivindicaciones obreras en Buenos Aires y en la Patagonia. Lo sucedió Marcelo T. de Alvear (1922-28), de su mismo partido aunque de la corriente llamada antipersonalista, que le cedió nuevamente la presidencia en 1928.

A favor de la crisis y ruptura del orden económico internacional, y debido a sus propias torpezas, Yrigoyen fue depuesto por un golpe militar en 1930, al que apoyaron sectores conservadores y fascistas. Allí empieza un largo período que duraría hasta 1983 y que podría denominarse de "la Argentina inestable", interrumpido sólo por la aparición del segundo (cronológicamente hablando) gran partido y movimiento nacional, el peronismo. A la Unión Cívica Radical, lejos ya del ethos de Alem y del krausismo yrigoyeniano, le tocó desempeñar papeles arduos y deslucidos, si bien sus diputados batallaron contra la prepotencia peronista en el Congreso, y aunque pueden mencionarse dirigentes valiosos e influyentes como Ricardo Balbín, Arturo Frondizi (después pasado al desarrollismo), Arturo Illia, Crisólogo Larralde y Moisés Lebensohn.

En 1983, a la salida de la más sangrienta de las dictaduras militares, asume la presidencia, gracias al voto popular, el político que se convertirá, junto a Hipólito Yrigoyen, en uno de los dos dirigentes principales de todo el ciclo de vida de la Unión Cívica Radical: Raúl Alfonsín. ¿Cómo enfrentar la nueva etapa? ¿Cómo atacar el desencuentro nacional y la falta de éxito de un país supuestamente condenado al éxito?

En una película documental sobre la historia argentina, La República perdida , estrenada en esos días, y cuyo guión escribí, procuramos ofrecer algunas de las respuestas posibles a esas preguntas. Había que conquistar la democracia, pero sobre todo la democracia como una cuestión de duración, de permanencia y estabilidad. Tal propósito podría (debería) sostenerse por un sistema bipartidista, articulado en el peronismo y el radicalismo, cuya vigencia también estuviera asegurada en el tiempo. La experiencia de la Moncloa estaba presente. Junto con estos requisitos vendría la lucha incesante por una mayor calidad institucional y una política social y tributaria más justa.

Los 27 años transcurridos, aunque la democracia y las libertades básicas se han conservado, nos dejan un regusto más bien melancólico. El sistema político se ha desintegrado, y los partidos, en términos generales, carecen de representatividad. Sólo el peronismo, con sus mil disfraces, ha reforzado su vigencia. Los radicales, a veces dominados por mezquinos internismos, a veces enfrascados en singulares alianzas, a veces fascinados por candidaturas improbables, por lo menos han vuelto al ruedo y parecen dispuestos a organizarse como un partido moderno. ¿Alcanzará con el deseo?

En principio, el partido ha detenido la centrifugación ocurrida antes y después de la desastrosa performance en las elecciones presidenciales de 2003, y en que pareció que habría, no ya un radicalismo, sino varios fragmentos dispersos o absorbidos por otras fuerzas, nuevas o preexistentes. Poco a poco se ha podido observar, gracias a nuevas conducciones, una tendencia saludable a la unidad, que, salvo escapes ocasionales, parece hoy alcanzada.

Debe admitirse que la actitud del vicepresidente Julio Cobos, con su rebelión contra la transversalidad y el hegemonismo kirchneristas, introdujo en la escena un potencial candidato a la presidencia, devolviendo la esperanza política al conjunto del partido, al que Cobos se propuso retornar gradualmente. El sentido común, la amplitud ideológica, la capacidad de gestión demostrada durante su paso por la gobernación de Mendoza lo convirtieron en una figura apreciada por la opinión pública, que le agradeció, sobre todo, su ya famoso "voto no positivo". Pero como estas situaciones no se dan todos los días, y como Cobos debió enfrentar un feroz ataque combinado de los jefes del oficialismo a los que no supo qué contestar (ni supo hacer que otros contestaran por él), el estado de gracia empezó a decolorarse. El apoyo a Cobos se detuvo y más bien retrocedió. Hoy por hoy es un precandidato a la presidencia con escasas posibilidades de éxito.

La gran esperanza blanca del radicalismo es, en la actualidad, Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente y prácticamente su clon físico y político. Es lícito aprovechar estos parentescos cercanos, que en la Argentina se han dado, sobre todo, a través de sociedades conyugales (los Justo, los Perón, los Duhalde, los Kirchner); sin embargo, siempre habrá sutiles diferencias que los ciudadanos percibirán en el momento en que haga falta.

Se ha dicho que Ricardo Alfonsín pretende darle al radicalismo -y en esto es probable que crea seguir estrictamente la línea de su padre- un perfil socialdemócrata. Aquí podría iniciarse un debate. El término "socialdemocracia" empieza a tener peso después de la Segunda Internacional, en 1889, en especial con la creación del Partido Socialdemócrata alemán. Karl Kautsky será el principal teórico e impulsor, que propugna un camino reformista y pacífico al socialismo, al que se vincula con un crecimiento de la democracia y una plena aceptación del parlamentarismo. Después de la Segunda Guerra Mundial, otro alemán, Willy Brandt, es uno de los fundadores, en 1951, en Fráncfort, de la Internacional Socialista, de orientación socialdemócrata, a la que el primer Alfonsín acercó al radicalismo.

¿Puede la Unión Cívica Radical ser calificada de socialdemócrata? Por empezar, como típico partido de la clase media, carece de uno de los rasgos esenciales de los partidos socialdemócratas: no representa a un sector amplio de la clase obrera, ni tiene relación íntima de por lo menos una parte del sindicalismo que la defiende. Quizás ésta sea una de las marcas del drama argentino: no haber podido crear, dentro del sistema político, un partido que a la vez esté cerca de las clases obreras y del aprecio por las instituciones, que promueva a la vez el reformismo parlamentario y la justicia social.

Con este planteo, parecería que el radicalismo, más que darse una rigurosa ubicación ideológica, debería seguir siendo un gran partido "a la argentina", es decir, no cerrado ideológicamente, movimientista, tendiendo la mano a derecha e izquierda, aunque sin perder su índole popular y social. De todos modos, Ricardo Alfonsín ha comenzado a construir un tejido de alianzas que parecen señalar un buen camino frente a la poderosa máquina electoral y económica del oficialismo, que en el presente aparece, gracias al período aún vigente del luto solidario, como imbatible. El tiempo dirá.

Mientras tanto, se ha nombrado como tercero en discordia, entre los precandidatos radicales, al presidente del partido, Ernesto Sanz. Se dijo de él que no tenía la suficiente instalación ni el conocimiento adecuado por parte de la opinión pública. Es cierto. Pero si todos terminaran convencidos de que es la persona más equilibrada e idónea para unir al partido y ampliar su expansión electoral, una eficaz y honesta campaña de no más de 180 días revertiría fácilmente esa tendencia. También hay que tenerlo en cuenta. Habrá que ver si el radicalismo hace honor a su historia o cede frente a circunstancias adversas.

*Luis Gregorich es un reconocido periodista y escritor, ha sido entre otras cosas guionista del documental "La República Perdida", Vicepresidente de la SADE y miembro de la APDH.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

Illia en pijamas (Por Alfredo Leuco - 15/11/2010)


El sábado, en su glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo. El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama, se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No sé si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.

A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche. Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre. El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota. Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.

Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.

Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.

Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.

Le doy un dato mas: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su historica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones. Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno.

Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca mas un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó. Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos.

A Don Arturo Umberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días. Porque hacía sin robar. Porque se fue del gobierno mucho mas pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:
- Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.

Y mi viejo tuvo razón. Mucha tragedia le esperaba a este bendito país. Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia

jueves, 15 de julio de 2010

¿Qué es el radicalismo?

El radicalismo es un movimiento que ha sido creado desde el llano y no al calor de ninguna dictadura militar; que presenta una estructura horizontal, donde cada afiliado está en condiciones de participar e influir; que constituye una fuerza profundamente nacional desde su origen, que integra a la multipolaridad de sectores sociales y religiosos en su seno, sin normas excluyentes de derecho o de hecho; que no ha sido corrompido, pese a los halagos de los poderosos que siempre soñaron con comprarlo o controlarlo; que admite la imperfección humana frente a la soberbia de los autoritarios; que es policlasista, en cuanto cree en la necesaria alianza de los productores de la ciudad y del campo con los trabajadores manuales o intelectuales para asegurar la democracia y evitar una lucha de aniquilamiento que implicaría la destrucción de las razones para vivir, sentir y morir como hombres libres...
El radicalismo habla desde el primer momento de la importancia que tiene la moralidad administrativa, la conducta de los gobernantes. El radicalismo es, antes que una ideología, una ética. La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia, es el reaseguro del protagonismo popular...
La conducta radical implica una garantía para los ciudadanos. Desde la oposición o desde el gobierno, la Unión Cívica Radical dio muestras de decisión y coraje...
El radicalismo constituye una alternativa política real: es una fuerza cívica destinada, desde su iniciación, a estar en el gobierno o a liderar la oposición...
El radical es alguien que nunca puede aceptar que el fin justifica los medios...

Raúl Alfonsín

viernes, 9 de julio de 2010

Reivindicando a Alfonso Carrido Lura

Los setenta fueron tiempos violentos en América Latina. La Doctrina de Seguridad Nacional se diseminó en nuestros países como respuesta de Estados Unidos al avance de las ideas comunistas fundadas en el triunfo de la Revolución Cubana (1959). Según las ideas de la Academia Westpoint, los países debían reemplazar sus doctrinas de Defensa Nacional – que sitúan al enemigo en un frente externo – por la Doctrina de Seguridad Nacional -según la cual el enemigo común, el comunismo, se encuentra presente en cada país, representado por ciudadanos comunes, con ideologías “extrañas a la cultura nacional”, que buscarían tomar el poder mediante la revolución y la fuerza de las armas para implantar un orden socialista.

Paralelamente se diseminaron en nuestro continente “ejércitos” armados con fines claramente definidos: unos, asistémicos, guiados por las ideas de la Revolución Cubana y la esperanza de instaurar la patria socialista y otros institucionalizados en las Fuerzas Armadas – paradójicamente solventadas por los impuestos de los ciudadanos que serían atacados -. Una guerra atroz se inició entre ambos, favoreciendo una vez más los intereses del tirano del norte en nuestra región.

En Argentina, este clima de violencia fue fomentado desde el Estado – luego de la muerte de Perón, el gobierno de Isabel cambió radicalmente su postura frente a los izquierdistas y autorizó al ejército a “aniquilar la subversión” -. Se vivieron tiempos oscuros en un país dividido, que no encontraba una luz sobre el final del camino para guiarse hacia la salida.

Las Fuerzas Armadas, encumbradas en el gobierno gracias a la debilidad o quizás complicidad de Isabel se mantuvieron unidas en la lucha contra el “enemigo subversivo”. Por su parte, los grupos guerrilleros supieron responder a esta lucha con aún mayor violencia, desatando olas de atentados, secuestros y extorsiones. En el medio de estos “dos demonios” se encontraba la sociedad que no sabía o no quería mirar lo que pasaba en la calle. No se trataba en aquellos momentos de ver quién había tirado la primera piedra, o quién era mas fuerte sino de cómo saldríamos de ese oscuro túnel. La salida pareció estar, en un primer momento, en los partidos políticos.

Instituciones fundamentales del sistema democrático, los partidos políticos tampoco se mostraron a la altura de las circunstancias en aquel siniestro túnel. Los socialistas y los partidarios de la izquierda se encontraban atrincherados, presos en centros clandestinos de detención o brutalmente asesinados. Los partidos de derecha, por su parte, tuvieron un protagonismo nunca antes vivido: el gobierno militar supo acercarlos a altos puestos de gobierno. El peronismo, dividido como siempre, no supo unificar sus demandas ni ver más allá de su propia frente. Así, algunos optaron por acercarse a los militares para asegurarse un papel importante en el régimen, y otros se aferraron aún más a las armas, considerando que sus ideas eran irreconciliables con el peronismo pro-militar y que debían actuar a través de la violencia. El radicalismo, comandado por la Línea Nacional de Ricardo Balbín era partidario del llamado a elecciones, pero era temerario de enfrentarse a un grupo tan poderoso como la corporación militar.

Fue en medio de ese panorama donde surgió el personaje del que me propongo hablar. Sintiendo apagadas sus esperanzas de llamar a una reunión de todos los partidos políticos al ver a un peronismo cercano a las armas, dividido e irreconciliable internamente y más alejado que nunca de la salida democrática, Alfonso Carrido Lura – seudónimo periodístico de quien será uno de los personajes políticos más importantes del siglo en Argentina – supo dar lucha dentro de su partido, el radicalismo, defendiendo una firme postura que no pudo ser fisurada por sus detractores: el tiempo de los militares se había acabado y era hora de que se retiraran definitivamente, dejando camino a los partidos políticos para la apertura democrática. Fiel a su ideología orientó su discurso a defender los derechos humanos, pedir aparición con vida de los desaparecidos, fulminar con sus arengas el plan económico y el modo de llevar adelante la cosa pública de los militares y recalcar que la sociedad y los partidos políticos serían únicos responsables de llevar adelante la salida hacia la democracia.

Alfonso Carrido Lura tardó en ser escuchado dentro de su partido. Pero no se quedó callado. Buscó otros medios para expresar sus ideas: juntos con sus seguidores repartió panfletos en subterráneos de la ciudad de Buenos Aires, fue fiel escritor de revistas y semanarios con Inédito, en los que desarrollaba de un modo maravilloso sus ideas, aunque ocultándose bajo su seudónimo para no ser descubierto y perseguido por los militares, y organizó charlas y reuniones en comités, universidades y clubes sociales con un mismo objetivo: la salida democrática. Supo ganar, merecidamente, un grupo de adeptos que lo seguirían hasta el final y que serían la antesala de los miles de seguidores que escucharían sus discursos años después.

No les diré quien es el personaje del que hablo. Podrán encontrarlo ustedes rastreando las pistas que les he dado. Mi objetivo es reivindicar la labor de un ciudadano que supo definir nobles objetivos y marcar su camino en un trasfondo de oscuridad, violencia y perdición, que no se quedó callado frente a las amenazas y al peligro de “desaparecer” y que buscó todos los medios posibles para hacer llegar sus ideas y sus esperanzas a los argentinos. Esa es mi meta como escritor. Ojalá pudiera ver en mi país y en un mundo oscuro dominado por el dinero, las corporaciones y los intereses de los poderosos a muchos como él, sacando a la luz ideas, proyectos y esperanzas. Dice Carlyle : ”La historia del mundo no es sino la biografía de los grandes hombres”; pues la vida de mi célebre personaje muestra un hito en la historia de un país sumido en la penumbra, y marca el fin de una etapa oscura para dar paso a un período de esperanza.

Alfonso Carrido Lura no es conocido por los argentinos, y esto es un atributo más de un excelente personaje, que no necesita ser famoso para acercarnos sus ideas, sino que desde su humilde lugar puede hacer que cambie el curso de la historia. Siguiendo su ejemplo, es que he decidido adoptar también su seudónimo. Espero poder cumplir fielmente mis objetivos. ¿ Seré quizás un poco ambicioso?.

Andrés Carrido Lura

Publicado en febrero de 2007 en http://scolarodiscusiones.blogspot.com/2007/02/reivindicando-alfonso-carrido-lura.html

domingo, 4 de julio de 2010

LA BOINA BLANCA

LA BOINA BLANCA es por excelencia el símbolo de la Unión Cívica Radical. Su origen se remonta a la madrugada del 26 de julio de 1890, en la fría y neblinosa mañana porteña, donde se aglutinaron los batallones cívicos que habrían de participar del motín organizado por la Unión Cívica para ese día. El frío hizo que, con urgencia, algunos militantes acudieran a un negocio cercano, que a esa hora estaba cerrado, para que el dueño les abriera y les vendiera unas boinas. El comerciante les dijo que no tenía suficiente cantidad de boinas, salvo de color blanco. La disponiblidad se unió inmediatamente a la necesidad de tener un distintivo que permitiría a los revolucionarios aglutinarse en la acción. La adopción fue un éxito, y en poco tiempo la iniciativa se extendió por todos los batallones, pasando a la historia como una vestimenta que identifica ya no sólo a quienes participaron en la Revolución del Parque sino a todos los radicales que bregan por destronar, como en aquella jornada, los sucesivos "unicatos" que inundan la vida argentina.