viernes, 21 de enero de 2011

La Participación de los jóvenes y la consolidación democrática

Colarse. Meterse. Ver el lugar. Entrar. Tener espacio y voz. Decir. Empezar el juego. Admirar. Encontrar a quién. Seguir a todas partes. Comprar un sueño. Regalar esperanzas. Ayudar. Hacer. Ponerse media pila. Creer. Crecer. No perderse. Encontrarse. Preguntar con la cabeza. Contestar con el corazón. Ser honesto también…
Así comienza Patricia Barral una nota publicada en el diario Perfil unos días después del fallecimiento de Raúl Alfonsín, cuando se vio a muchos jóvenes acompañando espontáneamente al líder fallecido en su velorio. A pesar de esta imagen, la nota fue titulada “La política no seduce a los jóvenes: el 74% ya no le da relevancia” y reflejaba los resultados de una encuesta hecha unos meses antes de aquel suceso donde un alto porcentaje de jóvenes se mostraba desinteresado por la participación política. La periodista sostuvo entonces que, luego de la convulsionada década de 1970 –donde se vio a los jóvenes pelear en la calle, el poder y en las conciencias- y del año 1983 –en que la recuperación democrática trajo un récord de afiliaciones a los partidos políticos-, la corrupción, la falta de espacios y la crisis de los partidos entre 1990 y 2001 llevó a que la juventud perdiese el interés por la participación y buscara dejar los asuntos políticos a “adultos curtidos y mañosos” para “ocuparse de cosas más divertidas”.
Luego de la “fiesta menemista” y del derrumbe institucional de 2001 la política se vio vapuleada y dejó de ser percibida como herramienta del cambio. Los sueños de los jóvenes, alejados de las utopías y volcados a la lógica individualista que impuso el neoliberalismo, viraron a cuestiones menos colectivas y a la realización de aportes sobre temas específicos en organizaciones no gubernamentales, marchas, grupos sociales, redes sociales o foros de Internet.
Sin embargo, muchos jóvenes optaron por ir contra la corriente y se involucraron –aunque no como antaño- en la participación política, a pesar del desgaste y la mala imagen que ello implicaba, con el desafío de sostener valores como la coherencia con los ideales, la solidaridad y la tolerancia, y procurando motivar a los congéneres a involucrarse en un proyecto para cambiar la realidad. Estos jóvenes, junto con los dirigentes que comandaron la vida política e institucional en tiempos del diluvio, contribuyeron a que el sistema de partidos sorteara la crisis institucional y lograra sobrevivir hasta la actualidad. Hoy está vigente un intento de recuperación de la vida interna y de la participación en los grandes partidos políticos, algo que se vio en las movilizaciones que siguieron a los velorios de los ex presidentes Alfonsín y Kirchner, más allá de las diferencias abismales que hubo entre ambos acontecimientos.
A pesar de ello, creo que la imagen no debe engañarnos. Porque una cosa es prestar nuestra adhesión –espontánea o no- al acompañamiento del cortejo fúnebre de un líder político y otra muy distinta es involucrarse con seriedad y responsabilidad en el debate y la solución de los problemas de la sociedad a través del canal de participación constitucional que son los partidos políticos. Considero que la recuperación de la política y de los partidos políticos de este último tiempo ha dejado en el tintero la tarea de encarar una estrategia seria para incorporar a sus ámbitos de debate, formación y participación a los jóvenes que mostraron alguna inquietud en los episodios vividos en estos últimos tiempos. Las movilizaciones y el debate juveniles son señales de que contamos con un caldo de cultivo que puede ser fructífero para la participación. Pero no hay que engañarse creyendo que la política se ha recuperado y que los jóvenes entran en masa a los partidos políticos a realizar sus sueños, creo que esa sería una visión ilusoria y conformista que no contribuye a que los jóvenes tengan el espacio y las oportunidades que merecen en la vida cívica.
Los jóvenes debemos recuperar la capacidad de soñar y la vocación por actuar que supieron tener en otras épocas las personas de nuestras edades. La historia nos muestra que en ciertas coyunturas de crisis y colapso la juventud supo rebelarse contra lo establecido y alzar una voz de reclamo pidiendo cambios que adecuaran la organización social y lo institucional a los nuevos tiempos que corrían.
Algunos ejemplos de estos alzamientos juveniles profundamente fructíferos son hoy hitos históricos que lograron trascender las fronteras de los lugares donde se desarrollaron, entre ellos la Reforma Universitaria de Córdoba y el Mayo Francés. ¿Qué tuvieron en común ambas insurrecciones juveniles? A mi criterio, en primer lugar, creo que se trató de jóvenes que se vieron excluidos de la toma de decisiones que los involucraban y los afectaban directamente. En segundo lugar, fueron jóvenes que se pusieron a la altura de las circunstancias y que demostraron que la juventud era capaz de organizarse y articular un discurso coherente, exigiendo el respeto de sus derechos y procurando salvar de una vez por todos los vicios del sistema frente a los cuales los adultos estaban tan acostumbrados. Ambas juventudes demostraron que era posible alzar la voz en un reclamo justo y que para cambiar las cosas había que ser utópico y exigir hasta lo imposible. En los hechos se mostró que cuando los jóvenes tienen ideales, son constantes en sus reclamos, se organizan, sostienen valores, creen en lo que hacen y exigen cosas sensatas, pasa a ser una necedad de los adultos el no escucharlos.
Estas cualidades y actitudes son –salvando la distancia temporal y el contexto sociopolítico- ejemplos a seguir para los jóvenes que hoy sufren las consecuencias y el impacto de la globalización y de eso que el filósofo polaco Zygmunt Bauman ha bautizado como “modernidad líquida”.
En el contexto actual de la posmodernidad, donde rige la fragmentación como regla (en lo social, lo político y lo educativo), la “cultura del zapping” como actitud frente a la vida (todo es efímero, no hay certezas, se busca el placer inmediato en las nimiedades sin ir a las cosas verdaderamente importantes) y el ideal de vida que la sociedad promueve – que según palabras de Castoriadis es “enriquézcase”-, la juventud se encuentra ante el enorme desafío de desoír el llamado a vivir centrados en el consumo y lograr salir de la anestesia capitalista que nos incita a quedarnos en lo superfluo. La sociedad entera está inserta en este esquema consumista y considero que sólo los jóvenes, con responsabilidad y visión de futuro, podemos sacarla del letargo.
Los jóvenes debemos abordar las cosas que nos afectan y tenemos que hacer oír nuestra voz a la sociedad. Debemos ser capaces de demostrar que podemos abordar los temas que nos aquejan, hablar de “cosas serias” con responsabilidad y sensatez y plantear soluciones concretas, poniéndonos a la altura de las circunstancias. La consolidación democrática depende en parte del modo en que logremos encarar nuestra participación fuera del snobismo y la venalidad con que la sociedad actual asocia a la juventud.
Hoy más que nunca tiene vigencia aquella frase de José Ingenieros que dice “juventud sin rebeldía es servidumbre precoz”. Los jóvenes necesitamos movilizarnos y despertar a nuestros pares de la ilusión del consumismo para acercarlos a la realidad y soñar con cambiarla. Debemos ejercitar una sana rebeldía que nos ayude a cuestionar aquellas certezas y parámetros establecidos que promueven la desigualdad y la fragmentación en el mundo. La “servidumbre precoz” de la que habla Ingenieros existe no sólo en forma de servilismo dócil a los postulados de los “adultos” que comandan el sistema y en el acomodamiento a lo vigente sin cuestionarlo, sino también en la actitud desinteresada frente a lo que pasa a nuestro alrededor. El individualismo pregonado por la sociedad actual lleva a que cada ciudadano se encierre en sí mismo, si conocer ni preocuparse por lo que le pasa al de al lado. Este individualismo es la base de la servidumbre y de la parálisis juvenil frente a lo que nos pasa. El desafío es repensar lo que nos pasa, iniciar un diálogo con nuestros pares y proponernos utopías ante un mundo que ha perdido la capacidad de soñar.
Otra frase señera que apuntala la importante labor que incumbe a los jóvenes argentinos del siglo XXI fue pronunciada por Raúl Alfonsín, quien sostuvo que su mensaje a los jóvenes siempre fue “sigan ideas, no sigan hombres”, contrastando la fugacidad de la vida humana con la permanencia de las ideas, y resaltando la importancia de prescindir de las lealtades personales en la vida democrática. Los jóvenes hemos de ser conscientes, gracias a esta frase, de que la democracia no se consolida mediante la adscripción de nuestra lealtad u obediencia política a un determinado dirigente sino a través de la formación, el estudio y la participación en debates donde podamos aportar nuestras visiones y discutir ideas. Los jóvenes no somos mensajeros ni botín de guerra de disputas internas, sino participantes autónomos que necesitan su propio espacio para desenvolverse en la participación política y en la vida democrática, tanto dentro de los partidos políticos como en áreas institucionales. Este espacio tenemos que ganarlo demostrando conductas ejemplares y responsabilidad. Si somos capaces de debatir los temas que nos involucran y podemos plantear cuestionamientos serios y sensatos a los dirigentes mayores y -a su vez- adherir y acatar a las decisiones correctas que se toman en las esferas de poder, estaremos dando señales explícitas de que podemos abordar con responsabilidad los temas que afectan a la sociedad y que estamos en condiciones de convertirnos en los dirigentes del mañana.
Participar implica formar parte activa de un proyecto de transformación y ello requiere de nuestra parte que seamos creativos, pensantes, proactivos, sinceros y, en cierto modo, soñadores. Debemos cimentar nuestra participación con valores como la honestidad, el respeto por la palabra, la solidaridad, la búsqueda del bien común, la tolerancia, y el respeto por el pluralismo y la diversidad de opiniones. La política necesita hacer a un lado las mezquindades y los intereses personales para volver a perseguir el bien común. Y estos valores y conductas ejemplares deben incorporarse ahora, porque cuando los jóvenes se transforman en adultos ya es demasiado tarde para cambiar sus hábitos y conductas. Aristóteles decía que la adquisición de determinados hábitos y costumbres por parte de los jóvenes no tiene poca importancia sino tiene una importancia absoluta. Las prácticas y aprendizajes que los ciudadanos incorporan como “normales” y “correctas” durante su juventud son las que realizan años después como dirigentes, sin ponerse a pensar en su moralidad o su concordancia con el bien común.
También considero fundamental que la juventud aprenda a debatir y a disentir “sanamente”, entendiendo que la participación implica muchas veces discrepar o diferenciarse para poder construir. Dice el filósofo francés Claude Lefort que “la democracia se caracteriza esencialmente por la fecundidad del conflicto”. Los jóvenes necesitamos aprender a plantear nuestro disenso en forma constructiva, para poder articular el día de mañana políticas y soluciones integrales a problemas específicos, con otros grupos o sectores políticos o sociales, sin quedarnos en la mezquindad y en la defensa sectaria de “lo propio”.
El desafío de participar y de involucrarse está más vigente que nunca y a mi parecer no faltan oportunidades. Sólo falta que los jóvenes nos decidamos de una vez por todas a ser protagonistas de nuestro tiempo, a saltar la valla de la incomunicabilidad que nos impone la modernidad y a plantearle a los adultos lo que pensamos con seriedad, coherencia y responsabilidad, invitándolos a desafiar lo establecido y a mostrar a sociedad que la juventud, como dijo alguna vez Mateo Alemán, no es un tiempo de vida sino un estado del espíritu.

Andrés Abraham – D.N.I. 34.625.419

(Ensayo presentado como trabajo final del Curso "Democracia" del Campus Virtual Arturo Illia)