jueves, 15 de julio de 2010

¿Qué es el radicalismo?

El radicalismo es un movimiento que ha sido creado desde el llano y no al calor de ninguna dictadura militar; que presenta una estructura horizontal, donde cada afiliado está en condiciones de participar e influir; que constituye una fuerza profundamente nacional desde su origen, que integra a la multipolaridad de sectores sociales y religiosos en su seno, sin normas excluyentes de derecho o de hecho; que no ha sido corrompido, pese a los halagos de los poderosos que siempre soñaron con comprarlo o controlarlo; que admite la imperfección humana frente a la soberbia de los autoritarios; que es policlasista, en cuanto cree en la necesaria alianza de los productores de la ciudad y del campo con los trabajadores manuales o intelectuales para asegurar la democracia y evitar una lucha de aniquilamiento que implicaría la destrucción de las razones para vivir, sentir y morir como hombres libres...
El radicalismo habla desde el primer momento de la importancia que tiene la moralidad administrativa, la conducta de los gobernantes. El radicalismo es, antes que una ideología, una ética. La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia, es el reaseguro del protagonismo popular...
La conducta radical implica una garantía para los ciudadanos. Desde la oposición o desde el gobierno, la Unión Cívica Radical dio muestras de decisión y coraje...
El radicalismo constituye una alternativa política real: es una fuerza cívica destinada, desde su iniciación, a estar en el gobierno o a liderar la oposición...
El radical es alguien que nunca puede aceptar que el fin justifica los medios...

Raúl Alfonsín

viernes, 9 de julio de 2010

Reivindicando a Alfonso Carrido Lura

Los setenta fueron tiempos violentos en América Latina. La Doctrina de Seguridad Nacional se diseminó en nuestros países como respuesta de Estados Unidos al avance de las ideas comunistas fundadas en el triunfo de la Revolución Cubana (1959). Según las ideas de la Academia Westpoint, los países debían reemplazar sus doctrinas de Defensa Nacional – que sitúan al enemigo en un frente externo – por la Doctrina de Seguridad Nacional -según la cual el enemigo común, el comunismo, se encuentra presente en cada país, representado por ciudadanos comunes, con ideologías “extrañas a la cultura nacional”, que buscarían tomar el poder mediante la revolución y la fuerza de las armas para implantar un orden socialista.

Paralelamente se diseminaron en nuestro continente “ejércitos” armados con fines claramente definidos: unos, asistémicos, guiados por las ideas de la Revolución Cubana y la esperanza de instaurar la patria socialista y otros institucionalizados en las Fuerzas Armadas – paradójicamente solventadas por los impuestos de los ciudadanos que serían atacados -. Una guerra atroz se inició entre ambos, favoreciendo una vez más los intereses del tirano del norte en nuestra región.

En Argentina, este clima de violencia fue fomentado desde el Estado – luego de la muerte de Perón, el gobierno de Isabel cambió radicalmente su postura frente a los izquierdistas y autorizó al ejército a “aniquilar la subversión” -. Se vivieron tiempos oscuros en un país dividido, que no encontraba una luz sobre el final del camino para guiarse hacia la salida.

Las Fuerzas Armadas, encumbradas en el gobierno gracias a la debilidad o quizás complicidad de Isabel se mantuvieron unidas en la lucha contra el “enemigo subversivo”. Por su parte, los grupos guerrilleros supieron responder a esta lucha con aún mayor violencia, desatando olas de atentados, secuestros y extorsiones. En el medio de estos “dos demonios” se encontraba la sociedad que no sabía o no quería mirar lo que pasaba en la calle. No se trataba en aquellos momentos de ver quién había tirado la primera piedra, o quién era mas fuerte sino de cómo saldríamos de ese oscuro túnel. La salida pareció estar, en un primer momento, en los partidos políticos.

Instituciones fundamentales del sistema democrático, los partidos políticos tampoco se mostraron a la altura de las circunstancias en aquel siniestro túnel. Los socialistas y los partidarios de la izquierda se encontraban atrincherados, presos en centros clandestinos de detención o brutalmente asesinados. Los partidos de derecha, por su parte, tuvieron un protagonismo nunca antes vivido: el gobierno militar supo acercarlos a altos puestos de gobierno. El peronismo, dividido como siempre, no supo unificar sus demandas ni ver más allá de su propia frente. Así, algunos optaron por acercarse a los militares para asegurarse un papel importante en el régimen, y otros se aferraron aún más a las armas, considerando que sus ideas eran irreconciliables con el peronismo pro-militar y que debían actuar a través de la violencia. El radicalismo, comandado por la Línea Nacional de Ricardo Balbín era partidario del llamado a elecciones, pero era temerario de enfrentarse a un grupo tan poderoso como la corporación militar.

Fue en medio de ese panorama donde surgió el personaje del que me propongo hablar. Sintiendo apagadas sus esperanzas de llamar a una reunión de todos los partidos políticos al ver a un peronismo cercano a las armas, dividido e irreconciliable internamente y más alejado que nunca de la salida democrática, Alfonso Carrido Lura – seudónimo periodístico de quien será uno de los personajes políticos más importantes del siglo en Argentina – supo dar lucha dentro de su partido, el radicalismo, defendiendo una firme postura que no pudo ser fisurada por sus detractores: el tiempo de los militares se había acabado y era hora de que se retiraran definitivamente, dejando camino a los partidos políticos para la apertura democrática. Fiel a su ideología orientó su discurso a defender los derechos humanos, pedir aparición con vida de los desaparecidos, fulminar con sus arengas el plan económico y el modo de llevar adelante la cosa pública de los militares y recalcar que la sociedad y los partidos políticos serían únicos responsables de llevar adelante la salida hacia la democracia.

Alfonso Carrido Lura tardó en ser escuchado dentro de su partido. Pero no se quedó callado. Buscó otros medios para expresar sus ideas: juntos con sus seguidores repartió panfletos en subterráneos de la ciudad de Buenos Aires, fue fiel escritor de revistas y semanarios con Inédito, en los que desarrollaba de un modo maravilloso sus ideas, aunque ocultándose bajo su seudónimo para no ser descubierto y perseguido por los militares, y organizó charlas y reuniones en comités, universidades y clubes sociales con un mismo objetivo: la salida democrática. Supo ganar, merecidamente, un grupo de adeptos que lo seguirían hasta el final y que serían la antesala de los miles de seguidores que escucharían sus discursos años después.

No les diré quien es el personaje del que hablo. Podrán encontrarlo ustedes rastreando las pistas que les he dado. Mi objetivo es reivindicar la labor de un ciudadano que supo definir nobles objetivos y marcar su camino en un trasfondo de oscuridad, violencia y perdición, que no se quedó callado frente a las amenazas y al peligro de “desaparecer” y que buscó todos los medios posibles para hacer llegar sus ideas y sus esperanzas a los argentinos. Esa es mi meta como escritor. Ojalá pudiera ver en mi país y en un mundo oscuro dominado por el dinero, las corporaciones y los intereses de los poderosos a muchos como él, sacando a la luz ideas, proyectos y esperanzas. Dice Carlyle : ”La historia del mundo no es sino la biografía de los grandes hombres”; pues la vida de mi célebre personaje muestra un hito en la historia de un país sumido en la penumbra, y marca el fin de una etapa oscura para dar paso a un período de esperanza.

Alfonso Carrido Lura no es conocido por los argentinos, y esto es un atributo más de un excelente personaje, que no necesita ser famoso para acercarnos sus ideas, sino que desde su humilde lugar puede hacer que cambie el curso de la historia. Siguiendo su ejemplo, es que he decidido adoptar también su seudónimo. Espero poder cumplir fielmente mis objetivos. ¿ Seré quizás un poco ambicioso?.

Andrés Carrido Lura

Publicado en febrero de 2007 en http://scolarodiscusiones.blogspot.com/2007/02/reivindicando-alfonso-carrido-lura.html

domingo, 4 de julio de 2010

LA BOINA BLANCA

LA BOINA BLANCA es por excelencia el símbolo de la Unión Cívica Radical. Su origen se remonta a la madrugada del 26 de julio de 1890, en la fría y neblinosa mañana porteña, donde se aglutinaron los batallones cívicos que habrían de participar del motín organizado por la Unión Cívica para ese día. El frío hizo que, con urgencia, algunos militantes acudieran a un negocio cercano, que a esa hora estaba cerrado, para que el dueño les abriera y les vendiera unas boinas. El comerciante les dijo que no tenía suficiente cantidad de boinas, salvo de color blanco. La disponiblidad se unió inmediatamente a la necesidad de tener un distintivo que permitiría a los revolucionarios aglutinarse en la acción. La adopción fue un éxito, y en poco tiempo la iniciativa se extendió por todos los batallones, pasando a la historia como una vestimenta que identifica ya no sólo a quienes participaron en la Revolución del Parque sino a todos los radicales que bregan por destronar, como en aquella jornada, los sucesivos "unicatos" que inundan la vida argentina.